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Como atraer con mensajes de texto

diciembre 4, 2020

Hay ocasiones en que la rutina se convierte en una enfermedad silenciosa y mortal. No te das cuenta de sus estragos hasta que ella, como un parásito que ha poseído tu cuerpo y mente, ha consumido la sábila de la esperanza, te ha entregado un cuerpo marchito, sin sueños y sin ilusiones. Justo antes de este ocaso emocional, la vida te entrega en una bandeja enmohecida y deforme, de esas que nunca tomarías de buena gana, la última ofrenda por recuperar ese cuerpo juvenil, impoluto y lleno de optimismo que alguna vez emanaba en ti una fuente de grandeza.

Tal fue mi caso, era verano. El tiempo y el lugar no son los protagonistas. Por lo menos, no tanto como ella. Su cabello brillaba con perfectas iluminaciones y bajaba envolviendo sus hombros desnudos hasta asentarse al lado y lado de unos pechos que sobresalían con ligereza. Su coqueta melena junto a su escote hacia que el foco de mi mirada se ubicara a la altura de sus pechos, no era morbo, era arte puro.

Su presencia, para mí, era sinónimo de ambigüedad, producía ese efecto magnético y avasallante de la brisa caribeña que viene cargada de arena y donde no puedes apreciar lo bello del paisaje porque su esplendor es tal que los ojos se enceguecen. Ella era el caribe y yo la arena. Y como una tormenta en el desierto no tenía otra forma de lidiar su estampa que ocultándole mi mirada.

«Una marejada de pensamientos tóxicos están próximos a dejarme ciego», pensaba.

—Esta es mi oferta. Gracias por su tiempo—dijo alejándose de mí.

—A usted. Espero su llamada­­—mi voz seca fue ligeramente perceptible ante el ruido de la ciudad. Mis manos húmedas traicionadas por el nerviosismo limitaron mi actuar e instintivamente doblé el cuerpo, como si me estuviera despidiendo ante un japonés.

La mujer desconcertada por mis movimientos se limitó a observar, miró su reloj y, sin decir nada, huyo de mi presencia.

—¿Tendrá usted una tarjeta personal? —Alcé la voz—Si realmente quiere tomar en arriendo el local, podría hablar con mi jefe sobre un posible descuento.

La mujer titubeo unos segundos pero finalmente accedió a mi pedido.

Paula Camacho – Directora de ventas Unilite – Tel 416561786

Con el brazo extendido y el taconeo sobre el cemento, la mujer desaparece calle abajo. Su cabello cae sobre su espalda sin ning√∫n impedimento y el sol en toda su furia enciende los colores de su volc√°nica melena.

«Adiós Paula. Fue un gusto conocerte».

***

He de decir que a lo largo del día conozco distintas clases de personas, como siempre, hay para todos los gustos y temperamentos. Muchos de ellos reconocen mi labor como representante de una inmobiliaria, saben que encontrar una buena oportunidad depende de un proceso de foco y energía. Y saben que dirigir la energía en muchas ocasiones depende de contar con un buen aliado. Yo como un simple empleado de una reconocida inmobiliaria, soy sólo un peón. Un mensajero que abre y cierra puertas y que deja que los inmuebles se vendan por si solos. Paula hubiera pasado por mi vida como otra posible cliente, un ser humano de mera utilidad económica; sin embargo, la vida te entrega en distintas formas sus manjares para ser consumados, y muchos de ellos en empaques ajenos a su contenido.

Al finalizar el día, cuando mis pies están exhaustos y mi piel tostada por el sol, me siento frente al televisor para evadir mi rutina, mi realidad.

Busco en mi gabán la tarjeta de Paula, camino a la nevera y saco una cerveza fría junto a una pizza precocida, enciendo el microondas: 1:47. El ruido del electrodoméstico me distrae mientras paseo por el living anexando a mi nuevo contacto. En su foto de perfil aparece ella junto a un perro golden retriever. La misma cabellera de tigre, ahora sin gafas, sus pestañas se alzan como una gaviota sobre el mar. Miro su perfil, un simple trébol en su descripción. Si supiera de psicología bastaría con esta información para trazar un perfil preliminar; pero, no tengo dotes de psicólogo y mi círculo social se limita a dos o tres compañeros de oficina, así que me hallo ante la reliquia de un papiro antiguo y yo: un analfabeta moderno.

¿Escribirle o no escribirle? ¿Qué otro tema aparte del local puede surgir entre los dos? Ante mi falta de creatividad y mi endeble convicción tiro el celular al sofá y lanzo un suspiro de impotencia.

El microondas me saca de mis cavilaciones y decido cortar con mi fantasía.

***

Me levanto de la cama, el verano incluso a medianoche hace que desee estar con alguien, como si el calor hiciera hervir el deseo y la pasi√≥n. Miro el celular, por alguna raz√≥n enferma me detengo en el chat vac√≠o de mi nuevo contacto – Paula Inmobiliaria ‚Äì el nombre anodino que escog√≠ para bautizarla. Me levanto en busca de agua, busco en las aplicaciones las t√≠picas preguntas que anteceden a la inacci√≥n. ¬´C√≥mo hablar a una desconocida¬ª, ¬´c√≥mo conquistar por chat¬ª, ¬´c√≥mo atraer a la chica de tus sue√±os¬ª. La informaci√≥n me vierte en un ba√±o en aceite, quedando con una suciedad que llega hasta el alma.

Miro por la ventana en busca de libertad. La ciudad duerme, los miedos y los anhelos le han dado tregua a la vorágine de la realidad. Mas no a la mía. Un hombre que me recuerda a una escultura griega camina solitario por la avenida, empuja una roca que supera con creces su humanidad. Se ve su sufrir, una aflicción que sólo es pausada cuando la roca llega a la cima y cae cuesta abajo. El hombre sumiso de su situación la ve rodar, mantiene los hombros caídos y la mirada en el piso, retorna a su punto de partida y emprende de nuevo su castigo.

¬øSer√° que aquel hombre no se da cuenta de lo est√∫pido e irreal de su realidad?

La ensoñación me recuerda a un cuento de mi niñez. Hace parte de esas historias que se comprenden con el trasegar de la vida, como si la literatura y la vida bailaran al ritmo de la experiencia. La historia tiene un nombre: Sísifo, su castigo de cargar la roca por la eternidad obedece al engaño que cometió a los dioses. «A los dioses nunca se les engaña, en el Olimpo los dioses lo ven todo, pobre Sísifo ¿Cómo hacer para aliviar tu dolor?»

Aquí y ahora, mi cuerpo descansa. No hay ninguna roca que cargar; pero, mañana cuando me levante, tendré que llevar con ahínco esta carga, sin ningún propósito. Sísifo vive en mí, lo sé.

«¿Este absurdo podrá tener una salida?»

Busco en mi librería el último regalo que me he hecho, compré el folleto como otro de los idilios con los cuales vaticinaba un porvenir mejor. Con la misma motivación que lo compré lo archivé en el armario asaltado por las telarañas, eso pasa cuando la tormenta de arena obnubila el paisaje a tus pies. Miro su portada: Poderoso método para atraer a otra persona a través de mensaje de texto. Tomo una cerveza y me siento a leer.

***

Acudí donde mi jefe exhibiendo la oferta de Paula, ipso-facto la rechazó argumentando la ubicación del inmueble. Envuelto en el recuerdo de su voz quise llamarla con la excusa de darle la mala noticia, descarté la idea y busqué en mis colegas de trabajo una nueva oportunidad.

El día me regalo un momento de calma. Tentado por seguir el plan de acción de mi última lectura, coloqué la tarjeta de Paula en el escritorio y visualicé cómo ella me escribía y yo la rechazaba. Era el proceso contrario a lo que yo realmente deseaba, lo hice varias veces al día, siempre que mis ojos se encontraban con su teléfono. Al terminar la jornada experimentaba las mismas sensaciones de malestar que siente un empleado al acudir a una junta con su amargo jefe.

Es sorprendente, cuando machacas el deseo y das paso a la renuncia te liberas de la carga que significa querer ganar. La tensión se acabó, le quité el protagonismo a su teléfono, a su chat. En la noche, justo antes de acostarme realizaba el ejercicio inverso, sentía e imaginaba cómo manteníamos una conversación fluida y juguetona y cómo pronto este juego de palabras se convertiría en una cena amena.

Esta dualidad de sensaciones me despojó de la responsabilidad de querer salir exitoso, me vi cargando la piedra durante el día, y experimentar toda serie de sensaciones desagradables por llevar esta carga a cuesta. Y en la noche cuando la piedra caía cuesta abajo experimentaba su alivio al verme liberado de la carga y poder jugar y mover mi cuerpo a mi propia voluntad.

«Si tan sólo Sísifo pudiera jugar».

«Quiero jugar a través de ti, Paula»

»Hola. Soy Marco, la persona de la inmobiliaria que te mostró el local cerca al Boulevard Pizarro. Lamentablemente mi jefe no puede aceptar tu oferta.

»Ok, gracias.

»Te quería comentar que estoy haciendo averiguaciones de otro posible local, cerca al Boulevard, en una zona concurrida.

»Ok. Quedo pendiente.

¿Es tu perro? Pensé en escribir la respuesta obvia. Pero no me atreví, ni quise seguir indagando más. Ahora que lo pienso no sé por qué Paula me causó tanto impacto, la naturaleza de mi trabajo es ver mujeres guapas. Los inmuebles son sólo el trampolín donde las presentaciones sociales suceden, a la gente le encanta lucir sus propiedades como si fueran otra joya más.

Es m√°s que eso.

Los inmuebles son como anillos, la joya precisa en el dedo perfecto enaltece a quien lo porte, más que una cualidad estética es un pacto espiritual. He visto como se agrandan y brillan los ojos a los clientes en un determinado lugar. Es lo que Gastón Bachelard  llamaría la poética del espacio. Cliente y espacio comulgan en una sincronicidad de espíritus, como si anillo y dedo nacieran para ser reencontrados.

¬øSer√° Paula una suerte de anillo en mi vida?

Quizás Paula me recuerde los momentos en los que mi cobardía fue más grande que mis anhelos. Miedos y sueños bailan sendas coreografías, por lo menos nosotros podemos acompasar nuestros cuerpos a sus movimientos, mas no es la suerte de Sísifo, quien todas las noches carga su castigo sin pensar en otra posibilidad.

«¿Será esta la única realidad posible para Sísifo?» Me niego a creerlo.

***

Los días pasaron y mi juego con Paula se enfatizó: el desagrado de tener que hablar con ella en el día, y la alegría de compartir charlas durante las noches.

Asumí este juego, y por tanto, la ansiedad, el miedo, la sensación de fracaso desaparecieron. Ella hacia parte de mi juego sin saber siquiera que existía, creé un perfil falso con su misma foto y asumí los dos papeles: el mío, un Marco tímido, inseguro, incapaz de hablarle a una mujer atractiva en un chat; el de ella, Paula, una mujer altiva, soberana de sus emociones, una emperatriz a todo dar.

Cambiar de papeles me implicó un esfuerzo consiente, es el mismo esfuerzo del actor al desdoblarse en un papel, o el del escritor a darle tridimensionalidad a sus personajes. ¿Cómo puede escribir una mujer segura? ¿Qué pensará? ¿Qué actividades realizará? Pronto me vi en una investigación para darle vida al personaje de ella. Películas y series, buscaba arquetipos que me sirvieran de inspiración.

Iba a bares y observaba a las mujeres, me convertí en sociólogo, psicólogo, quería saber qué las motivaba, cuáles eran sus miedos, cuáles sus deseos. Compré ropa y me vestí de mujer en mi cuarto, solo, sin nadie que me saboteara el ejercicio, me miraba al espejo y sentía el deseo de muchos hombres tras de mí. Días después realizaba el ejercicio inverso, alternando entre una Afrodita seductora y un Ares valeroso. Sin darme cuenta pude incorporar mi masculinidad y mi feminidad al servicio mío. Se trataba de convertir la simulación en una experiencia ganadora y por lo menos en mi obra teatral era deseado y atrevido.

Comencé a escribirme charlas cortas, cortantes, buscando que mi estado de frustración mermara. Cuando la rabia disminuye entra a jugar la creatividad, posibilidades de diálogos y juegos sucedieron en mi cabeza y pronto me vi un maestro de la seducción. El juego, por más campo de la fantasía que se pueda establecer, convierte al, víctima en héroe, al mendigo en abundante y al tímido en galán. ¿Cómo no convertir al Sísifo que habita en mí en un ser libre, creativo y sonriente?

La simulación se convirtió en seguridad, y la seguridad en acción. Cuando el éxito estuvo tan marcado en mi imaginación fue fácil abordar el chat de ella y emprender la acometida.

»¿Cómo estás? Quiero salir a tomar una cerveza ¿Estas ocupada esta noche?

»Así es. Sigo con la búsqueda de mi local.

»Es una pena. Siempre que mis clientes están bloqueados en sus proyectos personales les aconsejo sentarse al otro lado del espejo.

»¿Al otro lado del espejo?

»Así es. ¿Qué se estará preguntando el espejo sobre mí? O en tu caso ¿Qué me quiere contar el espacio que no lo he escuchado?

»¿Y cómo puedes hablar con el espacio?

»Tienes que tener cierta sensibilidad. En mis 10 años como asesor inmobiliario he desarrollado esta capacidad psíquica, es la misma habilidad que una mamá desarrolla con su hijo, la telepatía entre dos entes se puede dar cuando sus sueños y miedos vibran al unísono. Aunque no lo creas el espacio también tiene su propia personalidad.

»Interesante propuesta.

»A mí me gusta expresarlo de esta forma: ¿qué estará pensando la piedra acerca de Sísifo? Ya sabemos lo que la roca representa para él. ¿Acaso no es válido preguntarse y la roca cómo lo ve a él?

»Supongo que sí.

»Déjame ser el médium entre el espacio y tú. Estoy seguro que no vas a perder el tiempo.

»¿Y qué tengo que hacer?

»Permíteme conocerte mejor. El espacio y las personas se relacionan de manera insospechadas, si das con el lugar para ti, no sólo tu negocio florecerá, brillarás más que tu cabello.

El chat permaneció en silencio.

»¿Puedo ir con mi novio? Nos parece interesante tu enfoque.

Sentí una piedra en lugar del latido de mi corazón. ¿Cómo no haber empezado por la pregunta clave?

»…Por supuesto. Escribí con mis dedos pesados.

Acordamos el día y el lugar indicado. Me levanté del sofá y caminé hacia la ventana, Sísifo seguía con su eterna rutina, la luna mostraba de soslayo la roca y su humanidad. Era el mismo acto que siempre había visto, pero había algo diferente, Sísifo sonreía, parecía jugar con su roca, incluso pensé que su peso se había aligerado.

Sísifo no carga, Sísifo juega. Sísifo le ha dado creatividad a su existencia. Sabe que cuando la roca caiga, al siguiente día asumirá su día desde una perspectiva diferente. Algo en él ha cambiado porque lo que da sentido a su vida no es la roca, es la actitud con la cual asume su acometido.

Paula me sacó de la rutina, encaró de forma insospechada mi vida y yo a ella. Nunca fue mi objetivo, pero fue la excusa para haberme transformado, fue gracias a mi simulación que di vida a un nuevo ser, y ese nuevo ser esta listo para la lucha, porque cualquier batalla que se dé, hay que darla al interior.

Hoy mi Sísifo está alegre, mi Ares fortificado y yo: dispuesto a seguir buscando mi joya.