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Secretos y tips para curar una herida si te cuesta perdonar y olvidar

diciembre 4, 2020

¬øYa meditaste?

Basado en el libro La metamorfosis de Franz Kafka | Meditación Vipassana

Cuando Gregorio Samsa se despertó, luego de un pesado y tormentoso adormilamiento, se encontró sentado, junto a otras cincuenta personas, meditando. Su duro caparazón se recostaba sobre la mole de cojines que le ayudaban a soportar ese cuerpo frágil y pegajoso que un monstruoso insecto podía tener.

«Un instante de lucidez en medio de mi inconciencia me dio la claridad para estar aquí» pensó. Intentó recomponer su postura con sus ridículas patas. El silencio del recinto se vio interrumpido por el persistente y cansino ruido que producían sus extremidades, como un niño al mascar el extenuado chicle.

Una vez logró encontrar la mejor posición para meditar, Gregorio empezó a recordar todos los hechos que le habían llevado hasta allí. Recordó con penuria el semblante de su familia al verlo: los ojos desencajados de su madre, la cara vomitiva de su padre y el insipiente aliento de su hermana. Desde sus entrañas se coló un frio que le envolvió esa masa amorfa de la cual estaba constituido. Ese fue el momento en que la herida empezó a lacerar su alma, a machacar lo poco de humanidad que aún guardaba, a sentir el voltaje que su cuerpo exhibía: ser un ruin y despreciable insecto.

El frio de la vergüenza mutó implacable en un coctel de rabia y calor. Gregorio, absorto en su experiencia, lloró. La multitud de personas junto a él fueron testigos de su herida, una herida que manaba pus verde y babosa. «¿Por qué me han abandonado? ¿Por qué me han desterrado a los designios de la muerte? No solo mi cuerpo me ha humillado, mi familia ha dinamitado la hendidura en mi corazón ¿Qué mejor dicha a mi vida que la muerte?» recordó Gregorio condenar el día que su clan huyo de su monstruosidad.

Gregorio, meditando, recompuso su mente. Se concentró nuevamente en la respiración, tal como le había enseñado el Buda. Observó las sensaciones que su cuerpo experimentaba, producto del vendaval de pensamientos que le sacudían.

«Experimento calor, dolor, presión y humedad; soy un árbol y ellas son las hormigas que caminan por mi amorfa figura. Sé que cada una de estas sensaciones son impermanentes, nacen para luego desaparecer. No tiene sentido apegarse a la aflicción que producen estas sensaciones. Por supuesto, mi herida también es impermanente, es lo que predica la meditación y, hasta no experimentar esta verdad universal en mi ser, mi huida de este recinto será imposible. He de curar la herida que me ha hecho mutar en esta horrenda figura, habré de perdonar a Gregorio Samsa y a mi familia por mi suerte, estoy aquí para este propósito, la meditación será mi camino o ¿Acaso seré el único monstruoso insecto que este aquí en esta sala de meditación?»

¿Qué significa tu herida?

Basado en el mito de Quirón, mitología griega | Técnica catarsis emocional

Cuando Quirón miro al cielo deseo tener la suerte de Hermes, el más jovial y festivo de los dioses, o la valentía y fuerza de su discípulo Hércules. Quirón suspiró porque sabía que los libros no serían recordados con épicas batallas a su nombre, su destino sería otro, un duro camino, pero, más loable que todo el panteón griego.

Al sobar la masa de harina miró sus manos grandes y duras. «Son manos para la guerra (como la de todos los centauros) no para las artes, ni menos para las prácticas curativas », sin embargo, mutó sus pensamientos, continuo con su afición mientras sentía el intenso dolor de la flecha instalada en su pie derecho.

La amalgama de almidón se convirtió en un receptáculo de su frustración. Comprimía y extendía la masa deforme al vaivén de sus emociones, le transmitía su dolor, su rabia, su tristeza.

¡Quirón grito!

Su dolor tenía la fuerza de un caballo y la fragilidad de un hombre. En el recinto el eco recordaba las dos heridas que hicieron de él, el arquetipo del “sanador herido”.

Abandonado por su padre Cronos y su madre Filiria vago por el mundo transmitiendo la información que Apolo le concedió: curar y entrenar. «¡Quirón, el maestro de héroes!», retumbaba su eco a las faldas del Olimpo; su última herida provino del más ilustre de ellos: Hércules, quien accidentalmente le clavó una de las flechas bañadas con el veneno de la Hidra de Lerna.

Solo hay un dolor más grande que la ponzoña penetrando en cada célula del cuerpo, y este es no poder morir. Al ser un Semidiós la inmortalidad era para Quirón su más grande castigo.

«¿Por qué dioses del Olimpo he sido elegido para llevar esta aflicción por toda la eternidad? Yo, un sanador ¿Cómo es posible que no pueda sanar mi propia herida?»

Quirón expulsó el torbellino de emociones que tenía represado. De esta energía creó figuras de harina cargadas de pesar, de resentimiento, de dolor. Quirón explotó en quejidos y cuando su tanque de las emociones estuvo vacío se preguntó: «¿Qué puedo rescatar de mi herida? ¿Qué significado tiene para mí y para la humanidad mi dolor».

«Cuando la herida se transmuta en enseñanza la sangre adquiere significado de vida. Esta es mi vida, este es mi destino, un sanador no podría llamarse así, si no habría nada que sanar en su ser. Mi dolor es el motivo de mi búsqueda. ¿Acaso esto no es lo que hace evolucionar a la humanidad: superar su dolor? Lo he entendido todo, mi herida se revindica para crear conciencia de su sanación ¿para que existen las heridas si no es para sanarlas? Hay cosas que se ven sino con ojos que han llorado».

Quirón coció la masa, la amalgama deforme se transmutó en un blando pan, uno a uno fue consumiendo sus pesares ahora convertidos en aprendizajes.

La conciencia crea luz, Quirón no volvió a mirar al cielo, el premio de su iluminación fue posar en el cosmos bajo el nombre de constelación de Sagitario. Allí, sus luces intermitentes nos recuerdan que cada uno lleva una herida para ser sanada y que tal proceso no sería posible si no encontramos significado al dolor. Sus manos nos recuerdan al quirófano – quiromancia – quiropráctico.

¬øYa encontraste lo humano en lo inhumano?

Basado en el libro South of forgiveness de Thordis Elva. | Psicomagia.

Esta es una historia real, tan real como la pus que emana una herida que no se puede cerrar. Tom Stranger llegó donde se encontraba su ex amada Thordis Elva, su perfume le recordó aquella nochebuena de hace nueve años, era un olor que revolvía el placer con el alcohol y la inconciencia con el atropello. Las sensaciones brotaron imágenes borrosas cargadas de ira y lujuria, dibujaron en ellos la impresión de querer y no querer estar allí.

«Sólo fue un romance juvenil, sólo fue sexo», pensó Tom, a manera de reconciliación consigo mismo. «Él era mi novio, era mi cama ¿Por qué me siento ultrajada? ¿Por qué mi mente me taladra con la idea de una violación?» se cuestionaba Thordis. El encuentro sucedió en el país de la reconciliación: Suráfrica.

Por años hundieron sus recuerdos atándolos a una piedra, como si anestesiar el dolor ignorara la rajadura hecha en su psiquis. Las heridas del alma producen distintas clases de fisuras, pueden ser como una línea hecha sobre el agua que se borra en el mismo instante en que se hace; o una línea sobre la arena desvanecida con el paso del viento. Y por último, una línea hecha con cincel sobre una roca, la más persistente de todas las heridas. Hay almas que nacen con la determinación de sanar si o si está herida, para ello, el baúl de los recuerdos se debía abrir y enfrentar ese hedor a mortecino.

«Quiero encontrar el perdón» le escribió Thordis. «Lo que hice no debe ser la suma de lo que soy» le respondió Tom. Juntos decidieron embalsamar sus cuerpos con una nueva fragancia.

Tom la miró a los ojos, en su frente tenía el rótulo de violador, ella el de víctima. En un acto psicomágico besaron la etiqueta del otro, se despojaron de sus sellos y en trozos dejaron volar sus aciagos personajes para que revolotearan sin definición en el país del arcoíris.

—Las etiquetas deshumanizan, el primer acto para sanar mi herida es encontrar la humanidad de quien comete el delito—dijo ella tomándole la mano. —Por años he perdido la esperanza, he dejado de tomar riesgos, mi vida ha estado limitada. Prisionera de mis propios demonios. Ahora, aquí, contigo, siento que mi alma quiere volar, siento que la línea en la piedra se ha desvanecido. Este es el mejor regalo que me puedo dar.

—Negar y huir me alejó de la realidad—le respondió Tom. —No somos quienes para enseñar a manejar el dolor, quiero que se lo muestres al mundo, quiero que, Una historia de violación y reconciliación, sea una historia difundida por todo el mundo. No quiero ser un ejemplo, sólo un principio.

¬øSabes cu√°l es el mejor regalo que te puedes dar?

Basado en la película Invictus de Clint Eastwood. | Tarot evolutivo

El ermita estaba en su cueva, con su lámpara y su bastón rojo. De él se decían muchas cosas (sabio, ermitaño, afligido, un hombre con experiencia). Él sólo sabía una cosa: que cada día era más amigo de la muerte. Prendió su televisor. De la caja de pixeles se irradiaban imágenes y sonidos muchos de ellos incomprendidos en su diminuto mundo.

La película narraba la historia de Nelson Mandela y su lucha por unificar al pueblo Surafricano. El ermita no entendía mucho de política, menos de racismo, pero su barba hecha nieve se sacudió cuando escuchó «El perdón libera el alma. Elimina el miedo. Es por eso que es un arma tan poderosa». Él ermita era más que una simple carta del tarot. Su ostracismo sólo era producto de una herida con el mundo que jamás pudo sanar. «Los tiempos cambian, necesitamos cambiar también». Pero, la frase que más le impactó fue cuando Francois estaba en la celda de Mandela y Nerine le pregunto:

—¿Pensando en mañana?

— No. De mañana me ocuparé de una manera u otra. Estoy pensando en cómo pasas 30 años en una pequeña celda, y sales dispuesto a perdonar a las personas que te pusieron allí—le respondió.

¿Acaso el ermita no era el primer carcelero de su celda? Si un hombre estuvo dispuesto a sanar no sólo su herida sino la de su pueblo víctima del racismo. ¿Cómo no podía él sanar con su propia herida?

«El enemigo no está afuera, está adentro. Quiero salir de esta cueva, quiero seguir este camino evolutivo hasta ser como la última carta del tarot: el mundo. Sin límites, global, abrazando a la humanidad»

¬øYa entregaste tu herida a Dios?

Basado en la historia de Sócrates | Santos Cristianos.

Antes de bajar a su designio, Sócrates contempló reflexivamente su librería. «La literatura sana las heridas individuales y de la sociedad. Tiene la capacidad imaginativa de ver los motivos del otro, cuando se forja la habilidad de ver al otro, da paso a entender sus razones, esa es la puerta de entrada al perdón».

Con mirada neutra y andar lento continuo bajando hasta la galería de pintura. Observó los cuadros con la compañía de su discípulo Platón.

—Los santos no son perfectos—apuntó el joven filósofo— durante sus vidas permitieron que Dios los perfeccionara y purificara, para ello es preciso reconocer nuestras grietas.

Sócrates contempló la galería, se detuvo en cada cuadro imbuido en la explicación de su discípulo.

»San Sebastián. —continuo Platón—Atravesado por flechas y rescatado por Santa Irene. Comprendió que su misión era ser salvado para luego ser martirizado por el emperador. Es el mismo dolor que vive el que ha padecido abusos: recuerda su dolor una y otra vez.

»Santa Josefina Bachita. Fue una esclava violentada, que en el clímax de su padecimiento olvido su nombre. Padecimiento de quienes pierden la identidad al ser heridos en traumas infantiles.

»Perdón y olvido son dos cosas diferentes. Envenenar el pasado no da esperanzas, dijo Benedicto XVI, sino que destruye nuestros cimientos emocionales.

»Por ultimo Santa María Goretti. Murió al no dejarse ser abusada. Perdonó a su verdugo y le deseo un futuro encuentro en el paraíso. Como humanos es natural sentir ofensa, pero quien se entrega a la virtud del perdón entrega su herida a la compasión y purifica su memoria.

Sócrates terminó su recorrido en el sótano de su casa, allí lo esperaban sus amigos y familiares. Observó, con la paz que produce un perpetuo ocaso, el vaso de veneno.

«Si he de cumplir los designios de los hombres, que mi alma se vaya en paz. Que borre cualquier impureza de mi corazón. Que así como los santos, Dios termine de purificar y perfeccionar mi alma. Para todos aquellos que no pueden perdonar, solo les quiero decir que entreguen su dolor a una causa más grande: a Dios. Que él obre en ustedes su virtud, su misericordia. La mente afligida es incapaz de sanar su herida, concededle la autorización para que Dios haga magia en ustedes».

¬øYa sabes quien domina en ti?

Basado en el libro de Robert Louis Stevenson, el extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde

Escribo esta carta con la habitación a media penumbra, esperando tener el tiempo suficiente para salvar mi alma, y de paso la tuya.

El mundo me conoció bajo la pluma de Robert Louis Stevenson.

He de confesar que no fue por mis propios méritos los que inspiraron a Stevenson, yo solo fui el tapete donde aquel otro ser emergió y constituyo su fortuna, fortuna que es mi propia miseria.

Es conocido por todo el planeta que yo, Henry Jekyll tomé una pócima de la cual salió mi más abominable versión: Edward Hyde. Un ser carente de alma, de bondad, un monstruo desterrado a un infierno hecho vida.

Siento decepcionarte. Tal pócima no existe, o no en el sentido que la imaginas.

Como todo hombre en la faz de la tierra naufragué en el mar de la desdicha, herí y me hirieron, odié y me odiaron. De esta agua turbia y salada jamás pude limpiarme, desgarré mi piel hasta quedar en estado leproso, y fue así como Edward Hyde empezó a corroer no sólo mi piel sino que penetró hasta el fondo, el fondo de mi alma.

Soy yo, la prueba viva que el perdón que no se da es una flecha cargada de veneno que penetra en el pecho. Soy yo mi propio infierno, un espacio creado en la mitología cristiana para definir la incapacidad de curar sus propios tormentos. El perdón que tiene sentido es aquel que perdona lo imperdonable, allí, donde la incondicionalidad tiene mérito y donde hace virtuoso el alma humana.

Mr. Hyde vive gracias a mi resentimiento, a mi incapacidad de concederme el  regalo más grande: mi propio perdón. Escribo esto para salvar tu alma del mismo destino que yo fui incapaz de cambiar. Todos guardamos ese monstruo bajo la sombra, nuestra tarea es hacer que permanezca dormido, el mío, a mi pesar, ha despertado y me ha dominado.

Antes de que brote de mí este monstruo inconsciente y violento que he creado, te digo: perdona lo imperdonable, imagina lo imposible; transfórmate en tu propio cielo, para que nunca. Nunca, pierdas la auténtica valía de la vida, la valía de ser más grande que tus demonios.

La vela se apaga, no sin antes escribirte un poema de Walt Whitman, para que siempre te acuerdes de él. Aquel que vive bajo su propio gobierno y ley.

Yo canto para él,… construyo lo presente sobre lo pasado… (como un árbol vivaz sobre sus raíces, así lo presente sobre lo pasado) …hago que él se infunda en el tiempo y en el espacio,… y que en él se unan las leyes inmortales,… para que, con ellas,… se haga a su ley propia.